miércoles, 18 de febrero de 2009

El vuelo de Ícaro (Para Manolo)

El Rey Minos, encarceló, en Creta, a Ícaro y a su padre Dédalo en un laberinto, y no podían escapar, su única liberación para salir de esa encrucijada sin principio ni fin, era volando, por eso fueron recogiendo las plumas mas fuertes y ligeras de los pájaros, y las pegaron con la cera de las abejas y se construyeron unas alas. Ícaro, extasiado por su capacidad para volar, desatendió los consejos de su padre, "no vueles demasiado alto, el calor del sol, derretirá la cera, ni demasiado bajo, la espuma del mar, las mojaría. Pero el desplegó sus alas al viento, y voló, voló tan alto que abrazo ese cielo sin esquinas, y por su imprudencia el sol, como un cruel otoño, despegó sus plumas y cayó; su cuerpo fue arrastrado por las olas, hasta llegar a la costa de un hermoso pueblo, y en un nido de Águilas, encontró su refugio y vivió varado en el tiempo, su laberinto de inmortalidad, convertido en una solitaria estatua junto al mar, prisionero eterno de un atardecer de poniente, que le hace brillar su cuerpo desnudo y bronce, cautivo enamorado de los besos del alba y del rocío.

Un desfile de carnaval es como el vuelo de Ícaro, frágil, inquieto, imprevisible, caprichoso y efímero, como el mágico fluir de un arco iris, que dibuja un invierno de febrero que tirita dentro de mi alma y me la hiela, y cobijada en esas cuatro esquinas perdidas del mundo, en ese laberinto de asfalto, de caos, por donde vive y duele la vida, bajo la calidez de tus heridas plumas, va cayendo hermosa y bulliciosa una tarde de color de miel y canela, y con ese dulce sabor en mi boca, mastico la vida en una merienda de magia y felicidad.

Y como Ícaro, yo también pego plumas, expreso mi libertad a través del carnaval, y vuelo con mi imaginación, por eso despliego los candados de mi alma, y derrito mis cadenas, para ir detrás de mi sueños y deseos.

Hoy solo quiero compartir contigo tu mirada de anhelo cuando ves al carnaval alzar su vuelo; ven acompañame, soñaré que cobras vida, bésame, con ese sabor a mar que tienen tus besos y conviérteme en princesa, y volemos libres, como esas alas que se mecen en el mar, como ese aire que escarcha las estrellas, hoy solo quiero suspirarte embriagado de esa dulce y fría cuerva que corre por tus venas, acurrucarme bajo el rumor de tu voz de caracola, entrelazarme a tu cuerpo alado como una suave serpentina y bailar por los entresijos de tu alma, dejame pegar tus alas viajeras, para hacernos viento mar, y sol, y volar a otros mundos, a otra realidad, y allí, bajo las alas del tiempo dejame encender un eterno carnaval en tus manos.

El vuelo de Ícaro son las plumas del carnaval, ¿Volamos?

1 comentario:

UN CARNAVALERO dijo...

También dedicado a quien corresponda.
Hubo otro artículo publicado con anterioridad sobre el Ícaro de marras que me gustaría se recordase.

"Al carnavalero Ícaro"

Triste historia la de Ícaro, hijo de Dédalo, arquitecto constructor del laberinto de Creta. Fue encarcelado junto a su padre por orden del Rey Minos en la isla de Creta y, como la historia mitológica nos cuenta, lograron escapar en su afán de conseguir la libertad. Su padre, Dédalo, fabricó unas alas que les permitieran volar, única manera de poder abandonar la isla. Alas que fabricó uniendo las plumas grandes con hilo y las pequeñas pegadas con cera. Una vez terminadas, Dédalo observó que las alas funcionaban y que solo tenían un inconveniente: que si volaban a una altura muy cerca del mar, podrían mojarse las plumas; y si volaban a mucha altura sobre el mar, el calor del sol derretiría la cera y, en ambos casos, caerían al mar pereciendo sin remedio.
Llegado el momento emprendieron el vuelo de huida y desoyendo las advertencias del padre, Ícaro se creyó fuerte y poderoso, y volando ascendió y ascendió hasta que el calor del sol derritió la cera y, al desprenderse las plumas, cayó al mar muriendo ahogado ante la presencia de su padre, que no pudo hacer nada por salvarle y lloró y lloró por la perdida del hijo amado.

El recientemente inaugurado monumento al Carnaval de Águilas situado en la explanada del puerto, al final de la calle Rey Carlos III, lugar donde terminan los desfiles carnavaleros. Está representado por una bella escultura, en bronce, de Ícaro volador en posición triste y lánguida sobre un alto pedestal, obra del escultor murciano González Beltrán que parece ser los crea en serie, como se ha podido observar en la Galeria de Arte Castelló 120.

Yo, que soy aguileño y carnavalero, un día que paseaba por el puerto, observando el monumento detenidamente me pregunté ¿que tiene Ícaro que ver con nuestro carnaval?, que es todo vida, alegría y bullicio desbordante?. Seguí fijamente observándolo y llegué a la conclusión de que si no fuese por la máscara superpuesta sobre la cabeza y unos generosos atributos masculinos, bien podría, por su apariencia, servir en panteón lujoso de ángel fúnebre.
Pensé también que quizás su ubicación como escultura hubiese quedado mejor, por aquello de iniciar el vuelo, en algún lugar de las alturas del castillo. Pero mi sorpresa mayúscula surge cuando me acerco a leer la placa colocada en el pedestal y veo que no hace referencia alguna a que sea un monumento dedicado al carnaval, sino que solamente figuran los nombres del Sr. Alcalde y el del Sr. Presidente de la Comunidad, para mayor gloria de ambos por ser los que inauguraron el monumento en cuestión.

Me puse a pensar rápidamente y me pregunté: ¿por qué monumento tan popular no salió a concurso público de ideas, que se hubiesen presentado varios proyectos y que un jurado, en el que hubiesen tenido participación las peñas de Carnaval -auténticos creadores y artífices del mismo- hubiese elegido el monumento para que, de ese modo, pudiera ser el más representativo para nuestros Carnavales y haber estado expuesto al público durante un tiempo para que todos los aguileños y carnavaleros pudieran opinar, debido a que el monumento se sufraga con dinero público?.
El final de los desfiles del Carnaval bien merece encontrarse con figura más alegre y representativa. Pero parece ser que los responsables de llevar a cabo la realización del monumento, no necesitaron de consejos ni opinión alguna; creyeron que eran autosuficientes e iniciaron la obra, sin pensar que como a Ícaro, un día pudiera derretírsele la cera de las alas por volar tan alto, y haber cometido el error de no tener en cuenta la opinión del pueblo.

Roberto Rodríguez.