viernes, 16 de febrero de 2007

DOMINGO DE PIÑATA

Todavía tengo en mi memoria el dolor del tiempo, dicen que todo se borra, pero yo no puedo olvidar la sensación de aquella noche…, yo era apenas una niña cuando en las tardes de carnaval, me sentaba en la plaza de Robles Vives, y acurrucada , me tiraba las horas muertas, viendo el incesante ir y venir alegre y bullicioso de las máscaras, con sus pasos apresurados entre risas y murmullos, era todo tan inaccesible, pero en mi interior, sentía el mas profundo deseo de disfrazarme y contagiada por esa magia decidí que lo haría el próximo domingo, para asistir al baile de piñata, que se celebraría en el majestuoso Salón de los Espejos del Casino de Águilas.
Era tal mi entusiasmo, que esa noche no podía dormir, y al amanecer, me despertaría el pito de la estación, y junto a un mar casi dormido, enfilaría el Paseo de Parra para ir a trabajar, donde en un recinto cerrado y cobrando una miseria, machacaba mis ilusiones a golpes de mazos.
A falta de recursos económicos, había que agudizar el ingenio y durante días fui recogiendo las sobras los últimos suspiros de ese esparto amarillento, para hacerme un burdo traje de Mussona; amarré, trencé y anudé soga y estopa, tanta que dejaron huella en mis manos.
Y por fin, llegó el gran día. Tizné de negro mi cara, y cubrí ásperamente mi cuerpo, y con aspecto penoso, desaliñado y deforme, anduve torpemente hasta la puerta del casino. Con extrema crueldad e indiferencia, no me dejaron pasar, no era mi atuendo el adecuado. Yo era apenas una niña, pero sentí que me arrancaban el corazón como una atocha.
Salí de allí atropelladamente, humillada, avergonzada y llena de rencor. Era mi dolor áspero y hosco como el llanto de una Mussona y el esparto, látigos que golpeaban y herían mi alma.
Como pude, me encaramé a una de las ventanas del casino, mirando asombrada a través del cristal. Quede fascinada al ver el magnifico salón, engalanado con flores, plantas, tapices, guirnaldas y luces de innumerables destellos, y en medio de todo, suspendida en el aire, la piñata; pendía de ella, cintas de colores, como tentáculos de una inmensa medusa, que se abriría a las doce de la noche y saldría de su interior, blancas palomas, que volarían extraviadas y huidizas sobre sus cabezas, lanzando bajo una gran ovación, multitud de regalos y sorpresas; eso era lo más bonito, que había visto yo en mi vida, y me prometí, que alguna vez, estaría yo allí, como una cenicienta, en ese maravilloso baile de cristal.
Hecha añicos me baje y lancé con resentimiento una piedra hacia el ventanal, rompiendo con ese gesto, el último carnaval de mi niñez.
Regresé a casa, y dulcemente cansada, me despertó al amanecer, una piñata hecha del color del alba.

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